Egipto no es un destino cualquiera. Es uno de esos lugares que te hacen sentir pequeño, en el mejor de los sentidos. Aquí, la historia no se estudia: se respira. Ver de cerca las pirámides de Giza, navegar por el Nilo o entrar en un templo milenario en Luxor no es solo hacer turismo, es tocar con las manos la huella de una civilización que cambió el curso de la humanidad.
La primera vez que llegas a El Cairo, el caos de la ciudad puede abrumarte. El sonido constante de los cláxones, el aroma de especias flotando en el aire, el movimiento incesante de gente y coches… pero en medio de todo eso, hay una energía única. Y cuando te alejas hacia la meseta de Giza y ves cómo las pirámides emergen del desierto, esa energía se convierte en asombro puro. El silencio que rodea estas construcciones es tan sobrecogedor que parece imposible que justo detrás haya una ciudad bulliciosa.
Pero Egipto es mucho más que sus monumentos más conocidos. El Mar Rojo ofrece algunas de las mejores experiencias de buceo del mundo, con arrecifes de coral llenos de vida y aguas de un azul tan intenso que parece irreal. Sharm el-Sheij y Hurghada son perfectos para combinar aventura y descanso, ya sea practicando snorkel o disfrutando de una playa tranquila.
La gastronomía egipcia es otro descubrimiento. Comer un koshari recién hecho en un pequeño restaurante local, probar pan baladi caliente o dejarse tentar por un té con menta mientras cae la tarde son experiencias sencillas, pero que se graban en la memoria.
Egipto es también hospitalidad. La sonrisa de un guía, la curiosidad de un vendedor en el bazar, la paciencia con la que un local te explica su cultura… todo suma a un viaje que, más allá de lo que ves, te cambia por dentro. Si alguna vez has soñado con sentir que estás en otro tiempo, Egipto es ese lugar.